Primera jornada:
Deliciosa sidra que calma mi sed, pero no mi tristeza.
Oh mi amor, la imposibilidad de estar juntos intentaré olvidarla en estos
antros de miserables. Qué más quisiera que estar contigo mi princesa, pero el
destino es como dados arrojados al aire. Y ahora mi compañía en esta mesa de
esta taberna son unos desterrados como yo: Awrien, una Elfa más triste que yo;
Wesonth, un humano que habla cosas sin sentido, podría estar ebrio, pero creo
que no, su problema es más profundo; El mago Ralandalf, un mago de sombras,
oscuro e intrigante, con un poder que se siente con solo verlo; y yo, el triste
Elfo Alborati, que ni hacer música puedo ya, porque mi alegría se quedó en tu
reino, mi princesa, desde que tu padre nos separó.
Hombres extraños ingresan al lugar, observan
alrededor pero sus rostros son invisibles por una capucha que los oculta. Se
separan. Uno de ellos se sienta en nuestra mesa. Habla sobre las Palantiri. Sí,
ya sé todo el poder que tienen, ve al grano, extraño, si es que sabes algo
sobre ellas. ¿En dónde? ¿La desembocadura del rio Isen? Está un poco lejano ese
sitio, hacia el oeste. -¿Y sabe usted cual es el mejor camino hacia la
palantir?
-Lo sé- dice el extraño –Y sé que es el camino
más corto hacia ella, pero su recorrido está plagado de inmensos peligros
¿tienen ustedes, gentiles caballeros, el valor suficiente para afrontar tal
gesta?-.
El acero de nuestras espadas resplandece por
todo el lugar ante el desafío del encapuchado. Y éste, al ver la decisión del
grupo, nos entrega las indicaciones de aquel camino hacia la palantir.
Tenía razón aquel extraño. Salimos de la
taberna que queda en las faldas de White Mts. Y ahora vamos por una ciénaga de
aguas podridas, humeante de olores fétidos, pero no importa, los cuatro tomamos
la opción de la aventura, ahora es afrontarla. Pero creo que no somos solo los
cuatro. No sé porqué, pero siento que nos vigilan. ¡Por los dioses! Cuerpos
putrefactos nos acechan desde las aguas de la ciénaga. Se empiezan a mover con
agresividad por nuestra presencia. Ralandalf cuenta que son guerreros muertos
en batallas ocurridas sobre este lugar, que sin alcanzar paz en la muerte,
atacan a quien pase por aquí. A punto de arremeter contra nosotros, mientras
ellos amenazan sacando sus putrefactas manos del agua y nosotros nuestras
armas, Ralandalf se opone a la confrontación, y con su poder de sombras obtiene
contacto con los espectros, negociando nuestro retiro rápido del sitio, sin
molestarles más el descanso. Y vamos saliendo airosos del lugar, temerosos de
que la muerte nos acechara tan cerca, pero vivos y juntos.
Por el camino, llegamos a una casa, una
llamativa posada al borde del camino, de donde sale un humeante olor a estofado
de conejo. Un curioso anciano que fuma pipa custodia la entrada a la casa.
Wesonth empieza a presentir algo, dice que un peligro está cerca, que aquel
anciano nos pedirá resolver un acertijo para ingresar. Increíblemente sucede
así. Nos lanza una frase extraña, en un dialecto desconocido, no es élfico, no
lo reconoce el mago, y los poderes premonitorios de Wesonth no logran dar con
la respuesta. ¡No puede ser que nuestra suerte sea tan adversa! Cansados del
pan élfico, exhaustos de tanto andar, y no poder ingresar a esta posada. En
fin, el anciano custodio se enfada y nos echa del lugar. Pero, ¿qué es eso que
se escucha? Una voz tétrica se escucha desde la casa, -Lo reconozco- dice Ralandalf
–Es la voz del monstruoso rey brujo de Almar, que se lamenta que aquel viejo de
la puerta no nos haya dejado ingresar… Seriamos su cena. ¡Huyamos!
Fin de la primera jornada.
Segunda jornada:
Por el camino vamos decididos por la palantir
que nos espera en la desembocadura del río Isen. El cansancio empieza a
aparecer en nuestros rostros y las lembalas ya casi se terminan. Aunque hemos
tenido suerte, nos ha pasado casi de todo, lo único que falta es… ¡Pero qué es!
Qué es esto que cae del cielo. Es lluvia. No, no lo es. Es… ¡excremento de
aves! ¡Aves Roc nos atacan! Son tres, furiosas arremeten con sus picos, cuidado
con ellas. Nuestras espadas no logran disiparlas. Una lanza su ataque, pero un
hechizo de sombra del mago Ralandalf lo detiene y el poder del mago la lanza
contra la pared: uno menos. Mientras tanto, los demás nos defendemos contra los
otros dos enormes pájaros. Awrien y yo, Alborati, usamos nuestros poderes de
disforia para calmarlos, y por un momento duda. No es suficiente. Preparan una
arremetida: Garras y picos preparados para envestir en contra nuestra. Nuestros
escudos arriba y nuestras espadas preparadas para el contraataque ¡Vienen!
¡Resistan compañeros míos! ¡Amenacemos con nuestras armas! Se atemorizan de
nuestro tesón. Se van. El coraje, el valor demostrado nos salvó esta vez.
Un poco sucios, pero con carne de ave para
alimentarnos, llegamos a una casa de cambio en donde podremos comprar algo que
podamos necesitar a futuro. Una carpa, un arco con cinco flechas para Awrien
que quiere cambiar su honda, un libro de hechizos para el mago, y un hermoso
laúd para mí. La anciana de la casa de cambio está sorprendida por nuestras
compras, muy bien pensadas, dice ella, para una aventura de grupo, y por esto
nos regala una botella de sidra.
Salimos descansados y dichosos de la casa de
cambio. Ahora vamos por la playa, buscando la desembocadura en donde está la
palantir. ¿Quién habrá hecho estos hoyos en la arena? Son muchos, y llenos de
agua. Hay algo cerca, lo sé. Empezamos a sentir lo mismo que en la ciénaga:
algo nos vigila, y es desde los hoyos en la arena. Las Nereidas aparecen, son
las guardianas de la roca palantir. Empiezan a llegar otros aventureros. El
momento ha llegado, y las guardianas nos piden, a cada uno de los grupos
llegados, una invocación al dios del mar que demuestre nuestro respeto y
proponga una promesa a cambio de la palantir. Empezaré: Tomo mi laúd y la bella
Awrien canta en honor a ellos. Siguen los demás grupos. Las Nereidas se sienten
aclamadas por las invocaciones. El último grupo también utiliza la música como
herramienta, y la palantir es para éste, que después del recorrido, se queda
con el tesoro.
Un poco tristes por la derrota salimos de la
playa. Caminamos con la desazón de quien pierde una batalla, pero con la
esperanza encontrar las otros palantir que nos esperan ocultas por la Tierra
Media. ¿Qué aventuras nos esperan? No lo sabemos… el destino es como dados
arrojados al aire.
Final de la segunda jornada.
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