jueves, 17 de mayo de 2012

Wesonth (El que lee el viento)







Primera jornada


De las montañas nubladas apuramos un camino que en apariencia no se presentaba hostil o peligroso. El avance era seguro según nos decía los ojos de unos de los elfos que nos acompañaba. Así íbamos un mago, dos elfos, y yo. 
Pero por ese camino, seguro y tranquilo, que al fin era el más corto, nos vimos pronto en el encuentro de una ciénaga oscura y tenebrosa; era la morada de los antiguos en batalla, antiguos hombres, elfos y orcos que descansaban en un silencio perpetuo y animado, vigilando de sus criptas acuáticas,  el paso de los que por ahí se atrevieran a pasar. 
El encanto de esas presencias malditas, que parecían un montón de ojos encima de nosotros, no podía ser ignorado, y como no sabíamos que cruce del camino tomar, pronto nos vimos perdidos hasta que una voz nos hablo.
-Ustedes, almas errantes, de sangre caliente y aliento que aún empaña, qué os trae a estos parajes imposibles-.
El mago desplego su báculo, sonriente pero con cautela, e inclinándose a una orilla donde mejor creyó encontrar el eco de aquella voz dijo:
-Oh tenebrosa y lánguida voz que desde tu tumba suspendida te levantas para saludarnos, rogamos nos apures tu sabiduría para guiarnos y decirnos porque parte de este gris y frío sendero podemos seguir para no ser mas intrusos y vosotros soldados agraviados-
-Quién eres, el del aliento que percibimos a carne y sed humana, que nos habla con tan angustiosa y presta solicitud para reclamar nuestro juicio-
-Soy ____________ portador de la flama del fuego secreto que en compañía de estos viajeros, me dirijo al poni pisador en busca de un sendero en paz y tranquilo que me lleve a tal fin-  
-Si esa es tu solicitud deberás saber que nosotros no sólo vivimos de esta agua maldita en la que nuestra sed nunca encuentra sosiego, qué tienes para ofrecernos portador mágico-
Aquí fue que como humano común, sólo con el arrojo y la valentía de mi espada y mi recia armadura, temblaba ante cada palabra que salía de esas aguas que se agitaban expeliendo un hedor acido y putrefacto.
-Deberán saber que no tenemos más que nuestra palabra de abandonar sus parajes pétreos si nos ayudan con sólo alguna pista-
-No parece que contenga nada alentador tus simples palabras hechicero-
En ese momento el agua dejo de agitarse pero el olor se torno más áspero y hostil  y de repente, ante mi mirada que no sabía donde posar ante tanta consternación, una figura transparente que irradiaba una luz opaca y fría se atravesó ante nosotros.
-No podréis pasar si antes no encuentran la manera de calmar nuestra sed eterna y maldita-
El mago retrocedió consternado, pero en un ligero e inesperado movimiento, clavo su báculo con una fuerza determinante y sorpresiva, entre la tierra y delante de aquel ser tenebroso y acuoso, y dijo
-De mis parajes no puedo decirte pero si de mi saber, de allí aprendí, de mi maestro Cerutro de la estrella dormida de los Esir, a lidiar con criaturas como  vosotros, escuchad pues mis palabras-
-“¡Espíritus de las aguas y de los aires, vosotros que sabéis horadar las rocas y abatir los troncos más corpulentos, agitaos y obedecedme!”-
Ante estas palabras la tierra comenzó a temblar y con los pocos arrestos que de mi fuerte carácter aún quedaban me impulse para quedar detrás de un árbol. Vi como del báculo del mago se desprendía una luz fuerte que me enceguecía que además de desprender esa luz parecía hacia hervir la tierra ya que empezó a destilar humo de su base.
-Alto, príncipe de las los aires y los fuegos que conjuras, hemos tenido por mala fe detenerte y no dar juicio a tus suplicas, detente para que así podamos nosotros las sombras de las ciénaga decirte por qué camino seguir -
Antes estas palabras el mago ceso su conjuro y inclinándose  hasta quedar de rodillas escucho lo que aquellos seres espectrales le tenían por decir:
-Seguid el camino de la ciénaga que se nubla por el hedor y la oscuridad, que aunque camino tormentoso a la vista os conducirá al fin de esta ciénaga, moveos y dejar en paz a los que no encontrarán paz por el resto de la eternidad-
Así fue que cruzamos el paraje espectral de la ciénaga y cansados, nuestros cuerpos y mentes, empezamos a divisar una casa en medio de la maleza y los árboles, salía humo de lo que parecía una chimenea y sin pensarlo nos encontramos ante el umbral de aquella morada donde un anciano que fumaba pipa nos saludaba y nos preguntaba por nuestro propósito por esos parajes.
No sin antes, mi cabeza que estaba ya poblada de pesadillas y de ensoñaciones lúgubres comenzó a triturarme de a poco, me sentía agotado. Antes de ingresar a la casa lejana del  viejo con la pipa, le pedí a mis compañeros que me dieran un tiempo de reposo y soledad. Ellos atónitos ya creían entrever lo que mis ojos les estaba anunciando; “otro ataque de locura, otro desenfreno provocado por el viento”. De este modo, me retire a unos pocos metros de distancia, me cobije bajo los mantos de un árbol y divise sobre la tierra, una pequeña laguna que de repente comenzó a extenderse en un crepitar de luz que reflejaba mi dolor y hastío. Me sentí bendecido por esa agua que surgía de la ciénaga, pensé en retirarme velozmente para contarle a mis compañeros el encuentro furtivo. Pero antes de lanzarme en retirada, observé que mi rostro ya no era reflejado por el agua bendita, y unas imágenes surgidas de un remolino, me mostraron a mis compañeros caminar. Con una fuerte exclamación y susto de mis delirios me vi a mí mismo sobre las aguas, también el viejo aquel de la pipa y la casa lejana. Observe a mis alrededores para cerciorarme de que nadie me espiaba, sentía miedo, rabia, pero entre todas esas razones emocionales, lo que más me molestaba era el zumbido en los oídos, el dolor sobre mi cien. Me senté de nuevo sobre el árbol, me agarre fuertemente la cabeza, era el dolor tan intenso como aquellos dolores que siempre acompañaban mis días y noches. Me tendí sobre el suelo, ardía en fiebre, quería acabar con todo, lanzarme sobre el mismo abismo si fuese posible, con tal de apagar ese horrible zumbido y esas visiones venidas de otros mundos. Mientras yacía tendido en el suelo, el zumbido comenzó a tener voz propia, y el dolor comenzaba a desprenderse de mi mente.
Surgían unas palabras extrañas como cantos, palabras de los dioses, palabras que no decían nada, tan ausentes y despojadas de significado que imagine entonces lo que el hombre nos iba a pedir a cambio. Palabras, que me repetía para no olvidar en el camino. Podíamos ir y quedarnos en esa casa si recordaba las voces, pero al mismo tiempo, una intuición de miedo y terror se posaba sobre mi cabeza. No podíamos quedarnos en esa casa, no sabía porque, pero intuía perfectamente el miedo, mis pies, mi dolor, las voces, todo indicaba que no era lo más indicado, habría que proseguir. Pero mis amigos no entenderían jamás mis razones, tuve que inventar un acertijo falso, una moneda intercambiable por nada, porque jamás ningún hombre ha podido creer fielmente mis palabras.
De regreso, les dije a mis compañeros mi motivo de partida, les hable de mis visiones y también mentí, acerca de la verdadera respuesta del acertijo. Caminamos y como lo había imaginado el viejo pedía una respuesta absoluta para poder morar en la casa, nos aguardaba mucho camino y el cansancio nos podía. Sin embargo, estando frente a él, sentía un malestar en el pecho. Disimulé el dolor, y le sugerí a Awrien la respuesta a su pregunta.
El viejo nos respondió que desafortunadamente no podíamos morar esta noche en casa, nos deseó mucha suerte en el camino, no sin antes fruncir el ceño extrañamente.
Mis amigos no dijeron nada, pero sé en el fondo que sentían una inmensa desesperanza; la rabia fue olvidada en el camino, pero el dolor proseguía levemente torturándome la mente.
Cansados y con hambre, de repente, una voz nos comenzó a hablar en nuestras mentes, era una voz que iba y volvía, parecía la voz de una mujer:
-Oh viajeros de las montañas nubladas os traigo buena fortuna al deciros que aquel anciano que acabas de dejar era un enemigo imbatible y feroz, un antiguo mago oscuro de la orden de los Mijar los magos oscuros y homicidas de las fuerzas de Sauron. Seguid pues vuestro camino que si en suerte no tendréis o alcanzas el deseo de llegar a su fin deberéis saber que al menos hasta aquí os a cubierto los buenos designios de las fuerzas de luz-
Sin decir más la voz desapareció, nos miramos perplejos, y yo sentí un gran sosiego y descanso, de saber que había logrado salvar a mis compañeros de tan peligroso túnel de oscuridad.


Segunda Jornada                   


Hemos caminado muchos kilómetros, decidimos acampar en el único lugar desolado y apacible, iluminados por Isil (La refulgente), tan bella y profunda, apaciguaba todo el sufrimiento a cuestas, ella nos abrazaba con su luz eterna, nos hablaba de otros mundos desconocidos, era su belleza la calma. Siempre fue una acompañante de mis noches y ruinas, solo ella parecía decirme al oído que la calma eran todos los alientos y suspiros de la noche.
Al despertar, a punto de alistar nuestros objetos para proseguir con el camino, sentimos una lluvia opaca que caía de los cielos. Era un líquido espeso y con un olor insoportable. De pronto, ese malestar no fue sino la señal de nuestro destino cruel. Tres aves que nacieron de las nubes lanzaban llama y fuego sobre nuestro cuerpo, corrimos desesperadamente, para tratar de evitar los golpes, le dije a los dos elfos que teníamos que ponernos manos a la obra, defendernos, cualquier intento de ataque sería un fracaso.
Una de las aves pudo ser controlada y maniatada gracias a Ralandalf. El ave enloqueció y estrello contra una inmensa roca que relucía serena cerca de nuestro campamento. Las dos aves furiosas se lanzaron con una cólera aún más grande, por la muerte de su compañera, así que los elfos y yo, nos ubicamos estratégicamente para proteger a Ralandalf, de todo el más vulnerable pero no por eso menos poderoso. Yo alce sobre nuestras cabezas el escudo, el ave picote acaba intensamente, revoloteaba y emprendía vuelo para regresar aún más furiosa. La otra ave era protegida por el campo de fuerza que desprendía uno de los elfos, y así proseguimos durante largos minutos, creo que fueron horas. Hasta que de pronto las aves cansadas y llamadas por otras carnes dulces, partieron y se esfumaron en las nubes, cuál si fueran espuma sobre las olas.


Habían pasado tres días, habíamos divisado una oscuridad incipiente, noches que no abandonaban nunca su morada, y los sueños se hacían estrepitosos, poblados de sombras y de aullidos de licántropos monstruosos. Nunca conversábamos sobre el miedo que sentíamos, un poco por pudor y otro tanto por astucia. Luego de tanto vagar por ese pasaje oscuro, vimos a lo lejos un prado hermoso y sublime, Arien que tan oculto había estado a nuestros ojos, parecía bailar en danzas de fuego y luz sobre nuestros ojos llenos de vértigo y alegría. Habíamos pasado por un sendero peligroso y la barca del sol nos abrazaba con su luz, despreciando todos los malestares y dolores vividos en nuestra travesía imposible.
Llegamos a una cueva, que desprendía sobre nuestros olfatos aromas ensoñadores, caminamos atónitos de la belleza inmensa de la guarida que nos protegía y sanaba de todo lo vivido anteriormente. Después de caminar por largos túneles, nos encontramos con una inmensa laguna, tan bella que parecía ser una extensión de ese antiguo lago del despertar (Cuivianen) dónde decenios antes habían surgido los elfos. Estos se sentían morando en un palacio de bellas amapolas, sentían nostalgia de viejas épocas, dónde la belleza y el esplendor eran su única morada. Las aguas, los bosques cálidos; la armonía perfecta de Eä en su nacimiento, todas las luchas ganadas contra el mal, y también, los dolores antiguos que sus voces aún guardaban como ecos tatuados sobre la piel. Awrien y Alborati se miraban perplejos, sacaron la lira y comenzaron a cantar viejas batallas. En ese preciso instante de nuestra llegada a la cueva, otros elfos, atani (hombres), magos y duendes entraron también a vislumbrar la belleza de las aguas y toda esa claridad que resultaba ser tan serena y musical como las voces de nuestros amigos Eldar. En ese instante comenzó a emerger de las aguas una hermosa pléyade, traída de los mundos subterráneos que no estaban atesorados por Morgoth, sino que todavía eran secuelas del mundo lejano y perdido de los Valar.
Nuestros elfos proseguían su canto, entonando bellas melodías, y los otros elfos también se unieron a embellecer y adorar la divina presencia que deslumbraba nuestros cuerpos.
Una bella piedra surgió desde las aguas, se elevó con una iluminación única y esta descendió bajo los pies de los otros elfos. Así fue como lograron conseguir la primera palantiri “las que ven desde lejos”, y nosotros aunque en la perdida de tan bello bien; proseguimos de camino, entristecidos, pero también álgidos de las próximas aventuras que se avecinaban.


    
                    

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